Buenas...

Leedme si queréis, no os obligo.

sábado, 7 de julio de 2012

Manual para entender a un joven con el pelo largo.



Júzgame por mi alma, no por mis actos,
ámame por mi poesía, no por mi cuerpo,
ódiame por que resista, no por mis llantos.
Apreciame por saber que no soy perfecto.

Dame una sola muestra de amor
y te demostraré cómo tú y yo
podemos volar sin despegar los pies del suelo
podemos gritar, correr y saltar sin siquiera mover un dedo.

Hazme caso en mis susurros, no en mis gritos,
bésame, si te apetece, en los labios.


Quiero volver a rimar.
Quiero quitarme este corazón, que me viene grande.
Quiero no tener que esperar
Quiero que sea ya, y que sangre.

Quiero volverme un ser insensible 
Sentarme a esperar con mi traje de tristeza.
A esperar sentado, frío e impasible
a que al fin un día nunca amanezca.

Pero estoy destinado a aguantar
a rimar cuando no puedo gritar
a gritar cuando no puedo rimar
y a amar cuando necesito odiar.

jueves, 5 de julio de 2012

Prueba.


Vamos a jugar a algo. Te propongo una prueba:


Imagínate a un niño pequeño. De unos 5 o 6 años. Puedes ser tú si lo prefieres. Pues bien, ese niño ha salido, como casi cada día con su madre a dar una vuelta. Y su madre, como casi cada día, le ha llevado a la tienda de golosinas para comprarle algo. Pero, al ser verano, el niño ha pedido "un heladito". La madre, como "un día es un día" se lo ha comprado. E imagínate al niño, feliz, con su helado de crema en la mano, porque todo el mundo sabe que las madres no compran helados de hielo, que son malos para la garganta. Pero claro, los niños a esa edad todavía no tienen pleno control sobre sus movimientos, y en un movimiento involuntario el nio hace chocar su mano derecha, con la que sujetaba el helado, contra la parte de atrás de su pierna. Y el destino y la gravedad han querido que el helado se desprenda de la pequeña mano del niño sin que él pudiera hacer nada y cayera dando media vuelta, quedando, al estar medio derretido, esparcido por el suelo. Ahora, y aquí va lo importante, imagínate la cara del niño. Esos ojos que denotan ilusiones rotas, esa lengua relamiéndose para aprovechar los restos que se habían quedado pegados a los labios. Esa mirada desde abajo, callada, sin entender nada, preguntando "¿por qué?"
Bien. Esto es, estadísticamente* lo que más pena da del mundo. Ni hermanos de niños con cáncer cortándose el pelo ni padres que mueren por sus hijos. La simple desolación de quitarle un helado a un niño en un cálido día de verano.


*Encuesta realizada por mí. En su mayoría, a personas del sexo femenino.